No queda ningún sorbo de silencio

No queda ningún sorbo de silencio, tu previa amnesia a amar destruye todo lo que quiero callar. Trato de cocer mis ojos al hueco de mis parpados, aquellos que no pudieron mirar la vida como debía. Pagan su destino de mirar con sus otros sentidos, pero es sólo el cúmulo de una efímera explicación.

La explicación va más allá; las tertulias y la lóbrega ni si quieran lo intentan. Después de las heridas sólo quedan los cadáveres de mis sueños tendidos en el suelo y la alegría en forma de sangre se derrama al centro de mis expectaciones. Y aunque respiro desde el fondo, un fondo que parece extinguirse cuando pienso, nada parece curar este resfriado de muerte, esta muerte de nostalgia que me roba hasta mis lagrimas de tristeza, la tristeza que se cansó de verme oscuro.

Se me acaba el deseo y no quiero ni siquiera desear, no quiero que me mire el aire y el entorno me oprime hacia la nada, mis dedos se resisten a morir mientras escribo esto. Pudiera gritar auxilio, pudiera mencionarle al destajo que me socorra o que me desaparezca de una vez, pero este punto intermedio, esta mixtura de mi alma muerta y mi cuerpo vivo, es una fotografía. Una torva fotografía, estoy seguro que eso dirías tu.

Yo lo llamaría amor

Yo lo llamaría amor, pero esto que se cuaja lentamente,
esto que seduce mis sienes a un fuga tan lejana.
Esta sensación de mis ayeres que emana adyacente
a una extraña melancolía que se disfraza de placer.

Contundencia que se acumula con los años, que desvanece
el oprobio de mis dolos y mis miedos, cómplices de la desdicha.
Esta endógena apariencia que en mis llantos reverdece,
alimenta esperanzas, satisface las burdas fantasías de mi dicha.

Ondea su sustancia en mis ojos lustrados de inocencia,
este sentimiento es una plaga que consume sin resistencia mis interiores,
mis huecos no se ahonda aunque cabe en ellos,
mis lagrimas no cesan pero estas riegan mis sueños.

Y no puedo ser más feliz; el tope del cielo me lo impide,
y es tan fácil tomar una estrella, esta tan fácil acariciar el sol.
Incendia mi vida sólo un instante que siempre decide,
siempre resuelve que vuelva a vivir bajo el azul tornasol.

Yo lo llamaría amor, aunque buscaría escuchar tus labios,
buscaría un pedazo de tus manos en un fragmento de mi piel,
y todos mis tormentos se acabarán, cuan calma en el viento,
mis días comenzarán, nuevos y renovados estoy seguro.

Nunca esperaría el desazón y esta maña de cocinar los sentimientos,
seguiría hasta donde me alcanzará la lucidez de mi memoria.
Y desgajaré margaritas o gerberas, cualquiera que ellas fuera,
siempre seria la misma intención, percibir lo de ahora.

Yo no lo inventé; es algo que se dio, algo que cambio mis pupilas,
algo que floreció en la banqueta, que nadie notó y nadie apreció.
Eras la tarde más larga y crepuscular que pude alucinar,
lo hora más querida, las idea más sensata que se me apareció.

Y quiero que sea todo, el universo, el infinito, lo inalcanzable,
lo que los mortales como yo no podemos obtener o alcanzar.
Estiro mis manos, buscando un poco de pan que muero de hambre,
espero satisfacer la necesidad de estar adormecido del enamoramiento.

Instancia

(Capitulo 1 de mi novela "aun sin título")

El cielo estaba partido en trozos entre azules pasteles por aquí, grises suavizados hacia el sur, blancos fríos por el norte. Aun la hora resultaba inadecuada para caminar cómodamente; el clima circundante tenia un tono fúnebre que coloraba el asfalto de la avenida.

Mis ojos aun estaban entumecidos por las horas de dormido, aunque caminaba agarrado de la mano de papá, mi cuerpo aun no me respondía de forma correcta, hasta que un tronido estridente despertó hasta la última célula de mi cuerpo en un salto instantáneo. Mis pupilas reaccionaron al chispazo que un par de coches destellaban. Mi mirada estaba perdida entre la avenida que parecía adormecer más mi cuerpo con el sinfónico vaivén de los automóviles, sus desapariciones instantáneas parecían arrullarme.

El cuadro catatónico de ese momento que recuerdo como si fuera en este instante mismo, parecía desaparecer. El suelo de la calle estaba tan reseco que el color gris renegrido combinaba perfectamente con las llantas. Tres carriles componían la avenida y un trafico afluente; que difícilmente provocaban huecos largos entre carro y carro. Aquella apretujada apariencia de una ciudad ordinaria como la mía, se colapso momentáneamente y los segundos instantáneos se hicieron eternos con el rugir del choque que presencie con mis ojos.

El primer carro que se descarriló y arremetió contra su vecino fue la causa propicia del accidente. Las chispas salieron y momentáneamente la cara estremecida del conductor parecía embobar mi pensamiento, su lado frontal parecía enfurecerse con el designio que lo deformaba en conjunción con la lamina del otro carro, los vidrios se destrizaron instantáneamente y el carro se volteo sigilosamente por encima del otro, quedándole casi encima. El caos continuo por algunos minutos, carro tras carro se estrellaban el uno contra el otro hasta que una larga hilera se detuvo.

La mano de mi padre apretaba fuertemente la mía, en el instante del choque mi papa me cubrió con su cuerpo estando de cuclillas sobre el suelo, sólo un pedazo de mi cara podía mirar hacia aquel desorden que despertó mi nostalgia anidada. La protección de papá me trajo las memorias de las veces que vi llorar a mis padres en la cama de mi hermano que había quedado paralítico por un accidente de automóviles.

Lo que no saben hasta ahora es que pertenezco a una familia que se ha dedicado por 3 generaciones a vender periódico y revistas en las esquinas, en puestos ambulantes, entre avenidas y calles concurridas.

Aquella vez era la primera vez que mi papá me llevaba a que conociera el negocio familia al cual me tendría que dedicar por decisión de mi hermano mayor. Yo experimentaba una ambigüedad tremenda, porque algo de mi quería estar en esas esquinas a la luz del sol con todas las revistas y periódicos posibles a cargar en una sola mano, la cangurera en la parte inferior de mi estomago, los pantalones mas frescos y una gorra gris que aborrecía por el calor que me provocaba pero que no podía evitar porque me quemaba la cara con el sol.
Mis días favoritos eran los lluviosos no porque no había trabajo, me parecía tan ensimismante la lluvia caer, la sensación que me producía estar ahí debajo de algún puente viendo la gente correr, tratando de evitar mojarse, que generaban la ansiedad de estar ahí, debajo de las nubes, debajo de cada gota, sintiendo la extensión del universo en cada gota que me tocaba.

Soñé, Soñaste.

I) Soñé
Para mis lágrimas
tu hombro,
para mis dudas
tus pasos,
para mis desasosiegos
tu mirada,
para mi soledad
tu sonrisa,
para mis horas vagas
tus palabras,
para mis carreras
tus pausas,
para mi piel…
tus manos para mi piel.

II) ¿Soñaste
Para tus lágrimas
mi hombro?
para tus dudas
mis pasos?
para tus desasosiegos
mi mirada?
para tu soledad
mi sonrisa?
para tus horas vagas
mis palabras?
para tus carreras
mis pausas?
para tu piel…
mis manos para tu piel?
Elizabeth Labandera Hornos
20/02/2006

Underdescription 27/06/04

Pretende ser simple; a veces cabizbaja con un color tenue y comienza de nuevo. Se despinta de su fachada y la mascara que le cubre la triste herida se muestra a carne viva. Sus ojos se disuelven como aire en el aire, sus manos frías como siempre congelan la distancia.

Luego sus oídos huelen mi ausencia, mi dolor a la absurda nostalgia, y entonces; el rato comienza. La hora no existe, todo es en cámara lenta, sus párpados se divulgan y revelan su alma como libro abierto. Se envuelve el pensamiento en definiciones y las mide entre instancias y sus poses. El matiz de su figura se desbarata en mis entrañas, se extrañan las madrugadas que se dibujan sobre su rostro.

El corazón se describe en silencio, tejiendo un mundo de recuerdos en mi alma. El hilo es de plata y sus dedos son de carne. Luego el toque se reinicia y se formatea como ola, se filtran las caricias y la luz estalla hasta el horizonte de mi espíritu. Su mente divaga y vuela, se convierte en águila y aun vuela.

Luego el pause se remite y ahora todo corre; todo emigra a un milenio cercano. De repente el hueco de tu hueco me ahonda y me confronta. De repente el sol sale donde estabas pero ahí muere, y de repente; ya no estabas, de repente tu silueta había huido y la descripción aficionada de tu mirada había muerto.