No queda ningún sorbo de silencio

No queda ningún sorbo de silencio, tu previa amnesia a amar destruye todo lo que quiero callar. Trato de cocer mis ojos al hueco de mis parpados, aquellos que no pudieron mirar la vida como debía. Pagan su destino de mirar con sus otros sentidos, pero es sólo el cúmulo de una efímera explicación.

La explicación va más allá; las tertulias y la lóbrega ni si quieran lo intentan. Después de las heridas sólo quedan los cadáveres de mis sueños tendidos en el suelo y la alegría en forma de sangre se derrama al centro de mis expectaciones. Y aunque respiro desde el fondo, un fondo que parece extinguirse cuando pienso, nada parece curar este resfriado de muerte, esta muerte de nostalgia que me roba hasta mis lagrimas de tristeza, la tristeza que se cansó de verme oscuro.

Se me acaba el deseo y no quiero ni siquiera desear, no quiero que me mire el aire y el entorno me oprime hacia la nada, mis dedos se resisten a morir mientras escribo esto. Pudiera gritar auxilio, pudiera mencionarle al destajo que me socorra o que me desaparezca de una vez, pero este punto intermedio, esta mixtura de mi alma muerta y mi cuerpo vivo, es una fotografía. Una torva fotografía, estoy seguro que eso dirías tu.

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